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El coronavirus revela el gran fallo de Occidente: apostarlo todo al software

La pandemia destapa la inutilidad de los grandes polos de innovación como Silicon Valley para solucionar el problema. La falta de inversiones a I+D en áreas estratégicas y necesidades básicas como la manufactura, la salud y el cambio climático nos dejan a merced de fabricantes asiáticos y sin capacidad de innovar

En su publicación sobre nuestra incapacidad para prepararnos y responder de manera competente a la pandemia de coronavirus (COVID-19), la frustración de su autor, Marc Andreessen, es palpable, y su diagnóstico es firme: “un fracaso de acción, en concreto, debido a nuestra incapacidad generalizada de ‘construir’”. ¿Por qué no tenemos vacunas ni medicamentos, ni suficientes mascarillas ni respiradores? “Podríamos tener todo eso pero decidimos que no, en especial, elegimos no tener los mecanismos, las fábricas, los sistemas para producirlo. Hemos optado por no ‘construir’”, sentencia (ver Aunque aparezca una cura, no podremos fabricarla a escala masiva).

Dejando por un momento de lado que esto viene de la misma persona que explicó en 2011 “por qué el software se estaba comiendo el mundo”, Andreessen, el símbolo de Silicon Valley (EE. UU.), tiene algo de razón. Como escribió George Packer en The Atlantic, la pandemia de coronavirus ha revelado que la policía y la sociedad occidentales están totalmente deterioradas y fracturadas. Un terrible ejemplo reside en nuestra incapacidad para fabricar los medicamentos y los productos que necesitamos desesperadamente, como los equipos de protección personal y suministros para los cuidados intensivos.

 

 

Silicon Valley y las grandes tecnológicas, en general, se han demostrado inútiles a la hora de dar una respuesta a la crisis. Eso sí, nos han dado Zoom para mantener trabajando a algunos afortunados, y Netflix para mantenernos cuerdos; Amazon se ha convertido en un salvavidas para quienes evitan las tiendas; los iPads tienen una gran demanda e Instacart ayuda a mantener alimentadas a muchas personas. Pero la pandemia también ha revelado las limitaciones e impotencia de las empresas más ricas (y, según ellas, más innovadoras) del mundo ante estacrisis de salud pública.

Las grandes tecnológicas no construyen nada. No es probable que nos den vacunas ni pruebas de diagnóstico. Parece que ni siquiera saben cómo fabricar un hisopo de algodón. Aquellos que esperan que Estados Unidos pueda convertir su dominante industria tecnológica en una dinamo de innovación contra la pandemia se sentirán decepcionados.

Esta crítica no es nueva. Hace una década, después de lo que antes se denominaba como “la” gran recesión, el gigante de Silicon Valley de la era anterior Andrew Grove, escribió un artículo en Bloomberg BusinessWeek denunciando la pérdida de la capacidad y destreza manufacturera de Estados Unidos. Describió cómo Silicon Valley había sido creado por ingenieros que querían escalar sus inventos: “El momento mítico de la creación en un garaje, ya que la tecnología pasa del prototipo a la producción masiva”. Grove escribió que quienes defendían que deberíamos dejar que “las viejas compañías gastadas que fabricaban productos básicos se murieran” se equivocaban. Para fabricar productos en serie había que construir fábricas y contratar a miles de trabajadores.

Pero Grove no solo estaba preocupado por la pérdida de empleos asociada a que la producción de iPhones y microchips se hubiera trasladado al extranjero. Escribió: “Perder la capacidad de escalar dañará nuestra capacidad de innovar”.

La pandemia ha puesto en evidencia este problema putrefacto: a Estados Unidos ya no se le da bien descubrir nuevas ideas y tecnologías relevantes para nuestras necesidades más básicas. Lo que se les da genial es crear los brillantes adornos, principalmente basados ​​en software que hacen que nuestras vidas sean más cómodas. Pero ha perdido su capacidad de reinventar la atención médica, repensar la educación, provocar que la producción y distribución de alimentos sean más eficientes y, en general, aplicar nuestros conocimientos técnicos en los sectores más grandes de la economía.

A los economistas les gusta medir la innovación tecnológica en función del crecimiento de la productividad: el impacto de los descubrimientos y nuevas ideas en la expansión de la economía y el enriquecimiento. En las últimas dos décadas, esos números han sido pésimos para Estados Unidos. Incluso cuando Silicon Valley y las industrias de alta tecnología florecieron, el crecimiento de la productividad se desaceleró.

La última década ha sido particularmente decepcionante, según el economista del MIT John Van Reenen, quien recientemente escribió sobre este problema (pdf). Sostiene que la innovación es la única forma en la que un país avanzado crezca a largo plazo. Hay mucho debate sobre las razones responsables del lento crecimiento de la productividad, pero, Van Reenen destaca que también hay una amplia evidencia de que la falta de financiación a la I+D por parte de empresas y gobiernos de es un factor importante.

Su análisis es especialmente relevante porque cuando empecemos a recuperarnos de la pandemia de COVID-19 y la economía se reactive, estaremos desesperados por encontrar formas de crear empleo con salarios altos y estimular el crecimiento económico. Incluso antes de la pandemia, Van Reenen propuso “un conjunto masivo de recursos de I+D para invertir en áreas en las que las carencias del mercado son más importantes, como el cambio climático”. En la actualidad, son muchos los que están renovando los llamamientos para un estímulo verde y mayores inversiones para su tan necesaria infraestructura.

Entonces sí, ¡construyamos! Pero mientras lo hacemos, tengamos en cuenta una de las deficiencias más importantes reveladas por la COVID-19: nuestra reducida capacidad para innovar en áreas que realmente cuentan, como la atención médica y el cambio climático. La pandemia podría ser la llamada de atención que el occidente para empezar a abordar esos problemas.

Fuente: technologyreview.es

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