Nunca antes hubo tantos girasoles en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) como el viernes 13 de diciembre. Amigos, compañeros y profesores dejaban uno a uno los ramos en la plaza roja, el punto de encuentro más concurrido de la universidad privada, una de las más reputadas de México. El gesto era para recordar a Fernanda Michua, una estudiante de 20 años que se suicidó el 11 de diciembre. El homenaje con flores negras y amarillas, las favoritas de Fernanda, comenzó en silencio. El dolor y la tristeza lo atravesaron todo. Cientos de miradas estaban clavadas en el vacío. Algunos se fundían en un abrazo para no llorar. Otros temblaban de rabia y de miedo. Casi todos eran jovencísimos. Y la mayoría había salido a las redes sociales apenas unas horas antes para romper ese silencio: la presión de tener éxito, la competencia descarnada, los casos de violaciones y acoso sexual no resueltos, la ansiedad, las drogas, la depresión y los excesos que vivían al pertenecer a uno de los centros de estudios más exigentes del país.