El programa creado por Damien Riehl y Noah Rubin ha escrito 68.000 millones de posibilidades distintas y las han publicado en una web de dominio público
My sweet lord fue el primer sencillo que lanzó George Harrison en 1970 tras la separación de The Beatles. La canción, una llamada a abandonar el sectarismo religioso, fue número uno de las listas de varios países. Su éxito era aplastante cuando llegó la demanda interpuesta por la compañía Bright Tunes, que consideraban que Harrison había plagiado el éxito de The Chiffons de 1963 He’s so fine.
En 1976, un juez condenó al guitarrista de Liverpool por “plagio inconsciente” probablemente provocado por un fenómeno que se conoce como criptomnesia y que hace referencia a esos recuerdos ocultos en la memoria que la persona no es consciente que tiene. George Harrison tuvo que pagar 5 millones de dólares para recuperar la propiedad de su tema.
Cincuenta años después, aún retumba el eco de esa demanda que estuvo a punto de acabar definitivamente con la carrera del exBeatle. “Es difícil comenzar a escribir nuevamente después de haber pasado por eso. Incluso ahora, cuando enciendo la radio, cada melodía que escucho suena como otra que ya se ha hecho”, reconocía Harrison en una entrevista de 1979 en la revista Rolling Stone .
En las últimas décadas han habido múltiples demandas por plagios. Radiohead, Beyoncé, Avril Lavigne, Green Day, Alicia Keys, Oasis, Ariana Grande, Kanye West, Coldplay… la lista de grupos y artistas que se han visto envueltos en casos similares se alarga año tras año en un mercado que se ha transformado por completo en el siglo XXI con la aparición de las plataformas digitales.
“La cuestión es que el número de melodías es finito”, aseguraba Damien Riehl en una TEDx Talk realizada a finales de enero en Minneapolis. “La música es matemática. Si alguna vez pensaste que una canción que te gusta sonaba similar a otra, el culpable puede no ser un falsificador poco ético, sino las limitadas ecuaciones con las que los artistas tienen que trabajar”, añade.
Por eso este abogado y músico se propuso, junto al programador Noah Rubin, diseñar un algoritmo capaz de crear todas las melodías posibles. “Lo hemos hecho, aunque parezca irónico, para tratar de ayudar a los compositores”, afirmaba. Tomaron las notas de una escala básica de una octava -”la más usada en la música Pop, la que mayor ingresos y demandas genera”, dice Riehl-, las convirtió en números y empezó a escribir a una velocidad de 300.000 composiciones por segundo. “Así fue como creamos todas las melodías que han existido y podrán existir.” En total, 68.000 millones.
Una vez grabadas en cualquier dispositivo, las creaciones pasan a tener copyright. Pero como la cuestión era ayudar a los compositores, automáticamente las subieron a la página web de dominio público All the Music LLC y así tratar de evitar (o, como mínimo, rebajar) el número de demandas por plagio y, especialmente, las que son por copia “subconsciente”.
“Normalmente creemos -explicaba Damien Riehl- que los músicos empiezan sus canciones a partir de una hoja en blanco. Pero la realidad es que esto actualmente no es verdad. Hay que crear evitando las canciones ya escritas para esquivar las demandas. Si tienen suerte, elegirán una melodía que aún no se había utilizado. Si no, escogerán una que se había usado, aunque nunca la hubieran escuchado.”
Así es como Ronald Mack, autor de la canción de The Chiffons, y George Harrison habrían coincidido en elegir para sus canciones las mismas melodías ya existentes. “La música tiene solo siete notas (12 si contamos los semitonos), lo que es remarcablemente corto. Y las melodías han existido desde siempre. Lo único es que las vamos descubriendo con el tiempo”, añade.
Su idea parte de la base que, con la constante creación de nuevas canciones, se reduce las posibilidades para los compositores. La plataforma de distribución de audio SoundCloud, por ejemplo, tiene actualmente 200 millones de canciones y, al ritmo de crecimiento anual, podría llegar a los 300 millones en el 2024.
“Lo que queremos es preservar los espacios aún vacíos, las melodías que aún no se han utilizado hasta el momento. Nuestro objetivo no es proteger a aquel que copia una composición ya existente. Nos fijamos en aquellos que, accidentalmente, pueden elegir una melodía que nunca ha escuchado en su vida”, argumenta Riehl.
Carlota Navarrete, directora general de la Coalición de Creadores, considera que el mundo de la creación “es una constante evolución del pensamiento y las capacidades” del ser humano. “El talento y la capacidad de transformación es lo que lleva hasta las obras, ya sean musicales, literarias, escultóricas…”.
“Que el algoritmo haya conseguido hacer todas las combinaciones posibles no quiere decir que eso sea lo que hacen los creadores culturales”, añade. Navarrete entiende que tener “todas esas melodías registradas en dominio público” no quiere decir vaya a evitar las demandas por plagio. “Eso es correr mucho”, asegura.
“Para mí, eso es como decir que, combinando todo el abecedario, crearás todas las palabras y así podrás registrar todos los libros”, concluye la representante de la asociación que agrupa a las industrias de contenidos y de defensa de la propiedad intelectual del mercado audiovisual, de la música, de videojuegos y de los libros y editoriales.
Las costas legales de una demanda por plagio se sitúan, según Damien Riehl, entre los 384.000 y los dos millones de dólares. Eso, sin contar la multa que deben pagar los artistas en el caso de que sean declarados culpables. Por eso muchos artistas -Radiohead con Creep o Sam Smith con Stay with me- aceptan firmar como coautores de sus propias obras, repartirse los royalties y evitar la vía judicial.
Riehl y Rubin no se van a detener aquí. Actualmente ya están expandiendo el trabajo de su algoritmo a melodías de 12 notas para cubrir también composiciones de Jazz o música clásica. “Con el tiempo, quizás alguien lo expandirá para crear melodías usando todo el teclado del piano. Y luego se podrán aplicar todas las variaciones rítmicas o de acordes. Eso pasará”, sentencia.
Fuente: lavanguardia.com
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