Los hallazgos científicos se han vuelto una costumbre en Galápagos. Las conocidas como Islas Encantadas lanzan descubrimientos biológicos de tanto en tanto ratificando que son el laboratorio vivo de fauna y flora en el que Charles Darwin trazó su teoría de la evolución publicada en 1859. La última sorpresa llega 162 años después, cuando el archipiélago ecuatoriano cumple 487 años desde su descubrimiento, y revoluciona todo lo que se pensaba de las tortugas gigantes que habitan su isla más antigua, San Cristóbal. Cambia, de hecho, la especie en sí misma. No es la Chelonoidis chathamensis, como se creía hasta ahora. Ese linaje debió vivir en la isla en algún momento y extinguirse porque los 8.000 ejemplares que hoy deambulan por los 558 kilómetros cuadrados de paisaje árido son en realidad una familia hasta ahora no identificada que debe ser rebautizada con otro nombre científico.
Este viaje hacia la nueva revelación biológica comenzó en 2019 cuando el Parque Nacional de Galápagos completó un censo de todos los individuos saludables de San Cristóbal. Tomaron muestras de tejido y de sangre y realizaron pruebas genéticas. Los resultados no coincidían con las evidencias de referencia que habían sido tomadas en 1906 por la Academia de Ciencias de California de unos esqueletos de tortuga recolectados en túneles y cuevas. En 1995 se había empezado a trazar el mapa genético de las tortugas y en 1999 se determinó cuál era la especie de cada isla. Pero las muestras actuales no coinciden con lo que estaba en los archivos. “Eso fue una noticia”, lanza hoy Danny Rueda, director del parque.
“Con esos análisis, se sacó la conclusión de que la especie que está en San Cristóbal es una que no ha sido todavía identificada o no se le ha puesto aún un taxón”. ¿Y la otra estirpe hasta ahora conocida? “La de 1906 se podría considerar extinta, pero hay que realizar un monitoreo en toda la isla para ver si las dos especies aún se encuentran vivas”, se aventura a sugerir Rueda. El equipo científico instalado en el Parque Nacional de Galápagos ha enlazado el último hallazgo con un nuevo trabajo de rastreo sobre los 8.000 ejemplares desperdigados por la isla.
Esa expectativa de encontrar especímenes vivos de los dos linajes se alimenta en algo más que la intuición de los investigadores de Galápagos. “Los guardaparques de campo que trabajaron en la zona costera, intermedia y húmeda de la isla cuando se estaba haciendo el censo de 2016, pudieron notar visualmente diferencias en los formotipos de las tortugas”, admite la autoridad. En palabras llanas, pese a ser teóricamente la misma especie, no tenía lógica que las tortugas de la zona costera de San Cristóbal tuvieran un caparazón diferente a las de la zona húmeda. “Ya no podemos descartar nada”, opina Rueda. “Llevamos 63 años haciendo investigación y esta noticia llega cuando se supone que ya teníamos todas las interrogantes resueltas”.
Hace memoria de otros descubrimientos recientes que han desmontado teorías sostenidas durante décadas como la historia de Fernanda, una hembra de tortuga gigante que vivió como náufraga durante casi un siglo en una de las islas más inhóspitas y que al ser encontrada en 2019 desmintió que su familia se hubiese extinguido. Nadie la había visto hasta ese momento porque estaba encerrada en una especie de corral formado por la lava. Tras encontrarla, se lanzaron dos expediciones adicionales sobre la isla de Fernandina para buscar otros compañeros. No se han encontrado más. A finales de año se peinará una de las últimas zonas más inaccesibles, con ayuda de un helicóptero.
Las Galápagos son islas “aún en evolución”, explica Rueda. El archipiélago es considerado la joya de la corona de Ecuador y está declarado desde 1978 como Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco. Tiene al menos cinco volcanes activos en 138.000 kilómetros cuadrados de reserva marina y casi 8.000 kilómetros cuadrados de parque terrestre y no deja de dar titulares científicos. Hace dos años se reconocieron 30 nuevas especies de invertebrados marinos en una expedición con submarino a 3.400 metros. Se tomaron muestras de langostas, corales, estrellas de mar, esponjas y 30 de ellas eran desconocidos hasta ese momento.
“No podemos olvidarnos de junio del año pasado cuando identificamos una nueva especie de pez aquí en Santa Cruz”, en la isla más habitada y con más dinamismo turístico. Se bautizó al pez como Anisostremus Espinozai con el apellido de Eduardo Espinoza, el técnico de Galápagos que lo descubrió en una investigación con la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo de México. Gracias también al único individuo de culebra de Floreana -otra isla- que está conservado en el Museo de Ciencias de Londres se pudo confirmar hace cuatro años que su especie se extinguió.
Al preguntar al director del Parque Nacional por la frecuencia de los descubrimientos, Rueda deja la respuesta abierta. Desde que en 1902 las academias de ciencias empezaron a recolectar especímenes completos, taxidermados, las Galápagos pasaron a ser una fuente inagotable de revelaciones científicas.