En el piso, un calendario mesoamericano colapsó y el presente y el futuro no están sincronizados; de la vigas del techo cuelgan telares hechos por tejedoras del Estado de Chiapas, representaciones del genoma humano; también hay muñecas que suben y bajan a motor, 43 como los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos en septiembre de 2014; en un espacio semicerrado se proyecta un video: una serie de alimañas están amenazadas por la explotación de su ecosistema. El pabellón Hasta que los cantos broten, curado por Catalina Lozano y Mauricio Marcin, presenta las obras de los artistas Mariana Castillo Deball, Santiago Borja, Fernando Palma Rodríguez y Naomi Rincón Gallardo, que este año representarán a México en la Bienal de Venecia. Las intervenciones recurren a formas de vivir “que se salen del paradigma de la modernidad”. No se trata de ofrecer una alternativa única, dice Lozano: “Es más bien cuestionarnos que solo podamos imaginar una forma de habitar”.
“Es reflexionar sobre por qué esa idea de progreso capitalista ha capturado la imaginación. Hay otras formas de ver la realidad”, continúa Lozano, que es curadora en jefe del Museo de Arte Contemporáneo del País Vasco, en España. Lozano aclara que los artistas evitan en sus intervenciones “la mirada ingenua”: “Hay muchas tensiones en el territorio que hoy llamamos México”. Marcin, curador del Museo de arte Carrillo Gil, en Ciudad de México, explica que en el pabellón “hay una referencia a comunidades que ya están teniendo una existencia que es distinta al paradigma moderno”. Por ejemplo, la de las tejedoras de Bautista Chico, en Chamula (Chiapas), con quienes trabajó uno de los artistas para crear los 22 telares que cuelgan en el espacio. “[La exposición] también es sobre presentes divergentes, que son alternos, u otredades o resistencias”, dice.
El pabellón de México en la 59º Bienal de Venecia, la gran cita internacional del arte contemporáneo, es una intervención colectiva porque así lo determinaron la Secretaría de Cultura federal y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura en la convocatoria. Los curadores y artistas tuvieron seis meses para prepararse, cuenta Marcin. El resultado podrá verse desde el 23 de abril en el Arsenal de Venecia, una de las dos sedes oficiales de la Bienal, y hasta el 27 de noviembre. Es la octava vez consecutiva que México participa en el evento que se celebra cada dos años, y que en 2022 vuelve a la presencialidad tras el parón de la pandemia. Además del pabellón nacional, en la exposición central, titulada Il latte dei sogni (La leche de los sueños), en referencia al libro de Leonora Carrington, participan los artistas mexicanos Felipe Baeza y Roberto Gil de Montes. El Museo de Arte Moderno, asimismo, prestó la obra Creación de las aves, de Remedios Varo.
El título del pabellón mexicano, Hasta que los cantos broten, hace referencia a un poema prehispánico. Su autor, explica en un boletín la Secretaría de Cultura de México, defendió Tenochtitlan, la capital del imperio mexica, de los conquistadores: “Ya he venido, me pongo de pie, / forjaré cantos, / haré que los cantos broten, / para vosotros, amigos nuestros”. “Revistar la historia abre otras posibilidades”, señala Marcin, “y eso es lo que en gran medida hacen los cuatro artistas del pabellón”.
El visitante pisará al acceder la obra de Mariana Castillo Deball, que se extiende por el piso en todo el espacio de la exposición. “Es una rueda calendárica que perdió el rumbo”, explica Castillo Deball a EL PAÍS por videoconferencia desde Venecia. “El calendario ya no está sincronizado”. Calendar Fall Away está concebida como una gran imprenta. Una de las imágenes grabadas es la de una serpiente que contiene el tiempo. El reptil se está abriendo y todos los símbolos del tiempo se están cayendo, explica la artista. Otra de las figuras es la de un monje jesuita tlaxcalteca que adoctrinaba con grabados, explica, una referencia a “otras religiones, otras formas de ver el mundo”.
Castillo Deball, que hace dialogar las artes visuales con la arqueología en sus obras, apunta que el conjunto de piezas expuestas en Venecia “tienen más que ver con el presente”: “Tenemos la historia oficial, pero también tenemos las historias que no se han sabido contar. Los artistas estamos tratando de actualizar esas historias en el presente”. Sobre su intervención están ubicados los proyectos de los otros tres creadores.
Santiago Borja, que ha intervenido edificios como la Villa Savoye de Le Corbusier, a las afueras de París, o el pabellón de Mies van der Rohe, en Barcelona, aprovechó también esta vez el espacio arquitectónico para hacer su intervención y del techo colgó 22 telares elaborador por 11 tejedoras de Chiapas. “Como artista renuncié a controlar la pieza de principio a fin”, explica Borja. Su intención era “hacer surgir a las personas que están detrás” de creaciones que “en México, se han vuelto productos que compran los turistas”.
Las tiras de 4,5 metros de largo fueron realizadas en telar de cintura y retoman la representación visual del genoma humano. “En el mundo occidental damos por sentado que los genes nos determinan pero en realidad no son algo estático”, apunta el artista y continúa: “Uno puede modificar lo dado, sea la genética en términos biológicos o la tradición en términos culturales”. La intervención se titula Talel, que en lengua tsotsil hace referencia a la personalidad de un individuo, pero que también quiere decir “tradición” o “costumbre”, explica Borja. “Podrían parecer opuestas, la individualidad y la tradición, pero están íntimamente ligadas”.
También desde techo, suben y bajan 43 muñecas activadas por motores. “Parece ser como un acto de morbosidad”, dijo Fernando Palma Rodríguez sobre su obra en la conferencia de prensa en la que se presentó la propuesta de México para la Bienal. Las 43 figuras hacen referencia a los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala durante el sexenio de Enrique Peña Nieto. “El paisaje que yo percibo en México es bello por donde quiera que se le camine, pero a pesar de eso es siniestro: feminicidios, desapariciones…”. En Milpa Alta, la alcaldía de Ciudad de México donde vive, “está ocurriendo un ecocidio”, agregó el autor en la comparecencia. Su obra Tetzahuitl, que se podría traducir del náhuatl como “presagios”, pretende “crear conciencia” sobre diversas violencias “provocadas por el capitalismo”.
La obra de Palma Rodríguez es la única de las cuatro que no fue diseñada especialmente para el pabellón, sino que es una readaptación de un trabajo del artista de 2019. La curadora Catalina Lozano señala que la forma en la que Palma Rodríguez usa la tecnología “es muy interesante”: “No es una tecnología que apunta a deslumbrarnos por la tecnología misma sino que él la usa para animar objetos, y es la animación de esos objetos la que la que los hace despertar”. “La imaginación sobre lo que llamamos tecnología está muy monopolizada por el paradigma occidental”, agrega Lozano, que enumera “otras formas de tecnología que responden a otros tiempos o a otros usos”, como la milpa o el telar.
La obra que completa la exposición se proyecta dentro de un cuarto oscuro que está semicerrado y mantiene así la conexión con el resto de las intervenciones. La artista Naomi Rincón Gallardo presenta allí Soneto de alimañas, “una narrativa no lineal donde una serie de criaturas indeseables hacen un llamado colectivo a una solidaridad subalterna”. Los personajes de esta fábula surrealista son un bulto mortuorio, un alacrán, un murciélago, unos niños-ranas-cyborg, unas fauces devoradoras o una serpiente que se sintonizan entre sí a través de antenas radiofónicas. Todos están relacionados con el inframundo.
“El inframundo es un espacio de posibilidad de contacto con la muerte”, dice Rincón Gallardo, y continúa: “En el inframundo mesoamericano la muerte no es un fin. Los huesos, las cenizas de los cuerpos, se amasan y vuelven a preparar la renovación de la vida y la renovación de los ciclos”. “En un territorio como el mexicano, que está marcado terriblemente por muertes violentas y prematuras, de qué más se puede hablar”, se pregunta la artista. La pieza audiovisual, que también incluye elementos de utilería, está ambientada en Oaxaca y hace una crítica a “los proyectos extractivos que están destruyendo diferentes formas de vida”. “La narrativa invoca tiempos míticos”, dice la creadora, “pero también trata de ver a futuro, y está anclada en el presente, en un territorio de despojo pero también de muchas resistencias”.