Finalmente, la ciencia tiene una explicación convincente sobre el hecho de por qué nos sentimos extenuados después de realizar una larga jornada de trabajo que requirió de un gran esfuerzo intelectual.
Un claro ejemplo de desgaste físico y psicológico por un gran esfuerzo mental podría ser el de los jugadores de ajedrez profesional, quienes llegan a tener un gran desgaste físico después de participar por varias horas y días en los campeonatos mundiales de este deporte-ciencia.
Tal es el caso del ajedrecista Garry Kasparov, quien a mediados de los años ochenta del pasado siglo perdió más de diez kilos cuando intentó coronarse campeón ante su compatriota ruso Anatoly Karpov. Al final, Kasparov logró ganar el campeonato –este último fue suspendido por varios meses debido al desgaste de los jugadores, luego se reanudó– a costa de un tremendo esfuerzo mental.
En este sentido, durante muchos años los científicos han planteado la hipótesis de que largos periodos de intenso esfuerzo mental conllevan un agotamiento de la glucosa y otros recursos importantes que abastecen de energía al cerebro.
De hecho, varios experimentos realizados en el año dos mil apoyan la noción de que el cerebro de los sujetos estudiados redujo drásticamente la cantidad de glucosa en su sangre después de realizar una actividad mental extenuante; por lo que se les recomendó el consumo de bebidas azucaradas para reducir los síntomas de cansancio. Pero esta hipótesis nunca resultó convincente para todos.
Así, en 2016, un equipo de científicos del Hospital de la Pitié-Salpetrière en Francia, encabezados por Mathias Pessiglione, demostró que someter a alguien por largos periodos de tiempo a actividades mentalmente demandantes, produjo que las personas eligieran una gratificación inmediata en lugar de esperar a una recompensa económica mayor mucho más tarde.
Este cambio de comportamiento -concluyeron Pessiglione y su equipo- estuvo acompañado de una disminución de la actividad cerebral en la corteza prefrontal lateral de los participantes, un área involucrada en procesos cognitivos complejos tales como la toma de decisiones.
No obstante, el resultado del estudio dejó al equipo con la pregunta de qué estaba causando realmente este cambio en la actividad cerebral. Si dicho cambio era producto solamente del monto de la recompensa económica, o si había algo más profundo por descubrir.
Para zanjar estas dudas, el pasado 11 de agosto apareció publicado un artículo en la revista Current Biology el cual, curiosamente, está firmado por Pessiglione y su equipo, quienes esta vez reclutaron a cuarenta voluntarios para darle seguimiento a la investigación de 2016.
En esta ocasión, los participantes tuvieron que pasar alrededor de seis horas y media en el laboratorio (un periodo equivalente a un día completo de trabajo), donde realizaron tareas repetitivas, pero mentalmente desafiantes, como recordar letras que aparecían y luego desaparecían en una pantalla.
Los sujetos se dividieron en dos grupos. Al primero de ellos se le asignó una prueba más difícil y compleja que al segundo. Y a pesar de que ambos grupos informaron sentir niveles similares de agotamiento después del experimento de un día, solamente a aquellos a quienes se les había asignado la prueba más difícil, tenían más probabilidades de llevarse a casa una recompensa inmediata en lugar de esperar una recompensa mayor en una fecha posterior.
Es decir, quienes se agotaron más rápidamente, prácticamente no pudieron esperar a una recompensa económica mayor.
Para determinar por qué los sujetos del estudio se comportaban de esta forma, el equipo de Pessiglione utilizó una técnica llamada espectroscopía de resonancia magnética, la cual está basada en las técnicas que ampliamente se utilizan para tomar imágenes por resonancia magnética. Con ello, los investigadores pudieron determinar el nivel de ciertos compuestos químicos en el cerebro de los participantes.
Y entre las conclusiones a las que llegaron es que las personas que habían realizado las tareas más difíciles y complejas durante las pruebas (las del primer grupo), tenían concentraciones más altas de un neurotransmisor llamado glutamato.
Los neurotransmisores, en palabras llanas, son sustancias químicas presentes en el cerebro que posibilitan la transmisión de información desde una neurona hacia otra. De ahí su importancia en cualquier proceso que lleve a cabo el cerebro.
También hallaron un mayor nivel de difusión de glutamato en el primer grupo, lo cual indica que las moléculas de este neurotransmisor se movían más rápido que en las personas del segundo grupo, el que realizó las tares menos difíciles.
Por si fuera poco, se percataron de que, al moverse más rápido, esta sustancia química estaba acumulándose fuera de las células, donde su movimiento estaba menos restringido.
En conclusión, el glutamato resulta fundamental para el desarrollo de procesos mentales complejos, pero un exceso de este compuesto químico es contraproducente ya que, paradójicamente, resulta tóxico para el cerebro y reduce su desempeño.
En una entrevista concedida recientemente a la revista Scientific American, el investigador de la Universidad de Birmingham, Matthew Apps, mencionó que “es realmente emocionante que pueda haber un modelo diferente en el que la acumulación de materiales en el cerebro pueda impedir que funcione correctamente, y eso podría ser lo que en realidad conduce a las consecuencias de la fatiga en su comportamiento”.
Por otra parte, ahora los científicos tendrán que centrarse en cómo lograr reducir los niveles de glutamato en el cerebro para que éste tenga un mejor desempeño cuando las personas realicen actividades que requieren de una gran demanda intelectual.
Fuente: msn.com
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