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La gran apuesta de Singapur por la agricultura urbana vertical

Con solo el 1 % de su superficie destinada a producir alimentos, la COVID-19 ha dejado claro que el país debe reducir su dependencia de productos importados. Para paliar esta vulnerabilidad, emprendedores y autoridades han llegado a la misma conclusión: apostar por la agricultura urbana vertical

Desde fuera, VertiVegies no parecía más que un puñado de sucios y agujereados contenedores de transporte colocados unos al lado de otros. Con un par de metros de altura, estaban en una parcela de hormigón en uno de los suburbios poco destacables de Singapur. Pero, cuando Ankesh Shahra entró dentro, vio potencial. Un gran potencial.

Shahra llevaba una cara camisa con el botón superior desabrochado de manera informal. Tenía mucha experiencia en la industria alimentaria. Su abuelo había fundado la gran corporación Ruchi Group en la India, cuyas filiales trabajan acero, inmuebles y agricultura; su padre es el fundador de la empresa Ruchi Soya, que procesa semillas oleaginosas y está valorada en más de 2.500 millones de euros. Ese había sido el campo de formación de Shahra.

Pero, Shahra tenía la ilusión de crear su propia marca empresarial hasta que conoció al fundador de VertiVegies, Veera Sekaran, en la fiesta de un amigo en 2017. Su anterior intento estuvo relacionado con el suministro de alimentos orgánicos de toda Asia: “una experiencia reveladora, con mucha presión”, admite, y que le ayudó a detectar un problema que necesitaba solución.

El empresario detalla: “Había visto que todos los agricultores a nivel mundial dependían muchísimo de las condiciones meteorológicas. Los rendimientos son tremendamente irregulares: hay tantas contradicciones y dependencias que es una profesión tremendamente difícil para la mayoría de los agricultores. La cadena de suministro de productos perecederos me parecía bastante débil”.

Y, cuando entró en los reutilizados contenedores de transporte de Sekaran, lo que vio fue una solución.

En su interior, había diferentes bandejas de plástico colocadas cuidadosamente en estanterías industriales de metal, que se elevaban desde el suelo de hormigón hasta el techo de acero corrugado. En cada bandeja había pequeñas plantas verdes de diferentes especies y tamaños, todas con sus raíces bañadas en la misma solución acuosa, y con sus hojas onduladas dirigiéndose hacia el mismo resplandor rosado de las luces pálidas de barra LED que emitían un zumbido desde arriba.

En VertiVegies, Sekaran cultivaba vegetales verticalmente en un espacio interior, con torres de cultivos colocados uno sobre el otro en vez de en campos amplios y extensos, y en lugar de tierra usaba una solución hidropónica. Cultivaba alimentos sin exponerse a las condiciones meteorológicas ni a las estaciones, utilizando técnicas desarrolladas por otros, en un país que requería urgentemente una nueva forma de satisfacer sus necesidades alimentarias.

Singapur es el tercer país más densamente poblado del mundo, conocido por sus estrechos rascacielos. Pero, para mantener todas esas torres relucientes y a casi seis millones de personas en un territorio de la mitad del tamaño de Los Ángeles (EE. UU.), se han tenido que hacer muchos sacrificios, como la producción de alimentos. Las granjas representan solo el 1 % de su tierra total (en Estados Unidos es el 40 %), lo que obliga a esta pequeña ciudad-estado a desembolsar cerca de 8.500 millones de euros anuales para importar el 90 % de sus alimentos.

VertiVegies es un ejemplo de tecnología que podría cambiar la situación.

Sekaran provenía de un mundo muy diferente al de Shahra. El quinto de nueve hermanos, perdió a su padre cuando tenía cinco años y creció en pobreza. Su familia tenía tan poco dinero que Sekaran iba a la escuela con un uniforme enorme y llevaba sus libros de texto en una bolsa de papel. Pero, salió de la pobreza, se pagó sus estudios universitarios y nunca perdió su incontenible pasión por los seres vivos.

Cuando conoció a Shahra, Sekaran se había licenciado como botánico y trabajado en las Seychelles, Pakistán y Marruecos antes de regresar a casa. En casi todas las entrevistas en medios de comunicación o biografías, se refieren a él, casi con reverencia, como un “susurrador de plantas”.

Con una sonrisa en la cara, Shahra admite: “Desde luego que teníamos diferentes personalidades”. Pero, con VertiVegies, Sekaran había creado el prototipo de la visión que ambos compartían.

El joven recuerda: “Fue curioso. En teoría, la idea de las granjas interiores resuelve todo tipo de problemas. Pero, yo pensaba: ¿cómo convertirlo en un modelo de negocio sostenible? No se puede solucionar la seguridad alimentaria con cinco o diez contenedores”.

Pasó seis meses hablándolo con Sekaran, y varios meses más visitando a otros especialistas en granjas urbanas en toda la región, aprendiendo todo lo que pudo. Y añade: “Pasé todo 2017 analizando los sistemas, la tecnología, y simplemente no fui capaz de descubrir cómo escalarlo”.

La solución apareció de forma sorprendentemente fortuita.

Problemas en casa

Singapur ha tardado décadas en despertar y darse cuenta de que, en lo que respecta a los alimentos, es uno de los países más vulnerables del mundo.

Es un riesgo en el que las autoridades en la década de 1970 no habían caído, cuando arrancaron los cultivos de tapioca, batatas y vegetales que florecían en más de 15.000 hectáreas del país y los reemplazaron con los altísimos edificios de oficinas y apartamentos. En aquel entonces, el foco eran las finanzas, las telecomunicaciones y la electrónica, no la comida.

Pero, a pesar de que esta estrategia hizo crecer con éxito la economía de Singapur (ahora es el cuarto país más rico del mundo, per cápita), dejó al país con solo 600 hectáreas de terreno agrícola. Su producción de alimentos actualmente vale solo 2.695 millones de euros, o el 1 % del PIB, en comparación con poco más del 5 % de EE. UU.

Esta precariedad quedó clara en 2008, cuando, unos meses antes del inicio de la crisis financiera mundial, los precios de los alimentos se dispararon en todo el mundo. ¿La causa? Una convergencia de mal tiempo, aumento de los costes del combustible y crecimiento de la población. Hubo disturbios y tensión política generalizada.

Sin producción propia, Singapur vio cómo su suministro de comida sufría un gran golpe. El precio de los alimentos crudos importados subió 55 % en 12 meses, y el de los productos básicos como el arroz, los cereales y el maíz se incrementó 31 %. El estado se vio obligado a absorber los aumentos en los precios de los productos básicos como el aceite para cocinar, pan y leche, algo que fue aún más difícil por el hecho de que China, de la que Singapur cada año importa alimentos por un valor aproximado de 505 millones de euros, había experimentado su peor invierno de los últimos 50 años, con cultivos destruidos, lo que le obligó a aumentar aún más los precios regionales de los alimentos desde finales de 2007 hasta mediados de 2008.

Al comunicar la mala noticia al Parlamento de Singapur en febrero de 2008, el ministro de Finanzas, Tharman Shanmugaratnam, advirtió: “No se espera que los factores… que han llevado a estos aumentos de precios de los alimentos desaparezcan pronto”. Singapur tenía que actuar.

La política del Gobierno consiste en producir suficientes alimentos para satisfacer el 30 % de sus propias necesidades nutricionales para 2030, frente al 10 % actual.

Desde entonces, la seguridad alimentaria ha ocupado un lugar destacado en la agenda. Actualmente, la política declarada del Gobierno consiste en producir suficientes alimentos para satisfacer el 30 % de sus propias necesidades nutricionales para 2030, en comparación con su escaso 10 % actual. Para lograrlo, según el Gobierno, Singapur debería cultivar el 50 % de todas las frutas y verduras que consume su población, el 25 % de todas las proteínas y el 25 % de todos los alimentos básicos, como el arroz integral.

Ese compromiso requiere triplicar la producción por volumen en los próximos 10 años. Y, dado que el país tiene escasez de terreno, ha tenido que depositar sus esperanzas en la tecnología. Solo este año, el Gobierno de Singapur ha reservado 34 millones de euros para financiar proyectos agrícolas. Se han creado equipos de exploración para las misiones de investigación sobre la seguridad alimentaria y se han construido extensos parques agrícolas.

Para Shahra y Sekaran, el momento clave fue en agosto de 2017, cuando las autoridades empezaron a poner parcelas de tierras agrícolas a disposición de cualquier empresa que utilizara tecnología o innovación para impulsar la seguridad alimentaria.

Las 10 parcelas de propiedad del Gobierno, cada una de aproximadamente dos hectáreas, se encuentran en la zona verde Lim Chu Kang, al norte de la ciudad, donde los árboles frutales, las granjas lecheras y los terrenos de hortalizas orgánicas proporcionan una pequeña cantidad de productos locales. Las start-ups que lograran convencer a las autoridades de que su plan tenía futuro podrían comprar esa tierra a una fracción de su valor de mercado.

Por fin, Shahra vio la forma de ampliar VertiVegies: “Eliminaría nuestro mayor obstáculo. Nos ofrecería capacidad para expandirnos”.

Rápidamente elaboraron una propuesta con toda la información que habían reunido en los meses anteriores. En febrero de 2018 lo consiguieron, y en junio tomaron posesión de una parcela de 188.000 euros de Singapur y prepararon su idea.

Cuando esté terminada, su nueva granja será la más grande de Singapur: el almacén tendrá una superficie de 20.000 metros cuadrados (aproximadamente el tamaño de tres campos de fútbol). Cuando esté a plena capacidad, producirá seis toneladas métricas diarias de verduras de hoja verde, microvegetales y hierbas, para suministrar a restaurantes, minoristas y hoteles.

Si todo va según lo planeado, las plantas no solo crecerán hasta un 25 % más rápido que las de un campo convencional al aire libre, sino que, sin tierra y con una pila de cultivo de hasta dos metros de altura, requerirán alrededor de una quinta parte del espacio para crecer que los cultivos convencionales. Si logra cumplir con sus objetivos de producción, aumentará la producción de hortalizas en Singapur en un 10 % por sí sola.

Pero, no es solo la escala lo que diferencia a VertiVegies de la competencia. Solo seis meses después de asegurar la parcela, Shahra también firmó un acuerdo con la empresa china SananBio, que posiblemente es el mayor proveedor mundial de tecnología agrícola vertical, y que opera enormes granjas interiores en China. En 2017, esta compañía se comprometió a invertir unos 840 millones de euros para impulsar la tecnología de VertiVegies.

Shahra admite: “Nunca podríamos alcanzar la cantidad de I+D que SananBio ha invertido en las soluciones de agricultura en interiores. Iban varios años por delante de todas las demás empresas que visité”. Pero, gracias a la colaboración acordada en agosto de 2018, su equipo tiene acceso no solo a los sistemas físicos de cultivo de SananBio, también a sus años de datos sobre cómo cultivar mejor y más rápido.

La pandemia de coronavirus (COVID-19) ha detenido los planes para la obra de cultivo principal, y ha obligado a plantear un cambio de enfoque temporal para una alternativa más reducida que será más rápida de construir y más fácil de poner en marcha: su objetivo es producir entre 700 kilogramos y 800 kilogramos de vegetales al día. Y al conseguirlo, demostrará un futuro para las granjas interiores de alta tecnología en el que por fin se podrá utilizar la tecnología para contribuir de forma significativa a la producción convencional.

Un problema global

La seguridad alimentaria es un problema urgente en Singapur, pero también es una creciente preocupación en prácticamente el todo el mundo.

Se prevé que la población mundial aumentará un 25 % para 2050, llegando a 9.700 millones de personas. Esta vertiginosa cifra aumenta la urgencia de encontrar nuevas fuentes de alimento. Las estimaciones de cuánta más comida necesitaremos varían entre un el 25 % al 70 %, pero nadie duda de que nos hará falta más de todo: más cereales, más carne y muchas más verduras frescas. El alto coste de producir y distribuir alimentos ya está empeorando la desnutrición mundial: 690 millones de personas se quedaron sin suficiente comida en 2019, 10 millones más que en 2018. Si no se aumenta la producción, millones de personas más sufrirán hambre crónica.

Es poco probable que la producción convencional de alimentos al aire libre satisfaga esta demanda, especialmente si se tiene en cuenta que los cultivos al aire libre ya están sintiendo el impacto del cambio climático. Solo en 2019, los problemas meteorológicos agravados por el calentamiento global afectaron al sistema alimentario con una serie de desastres: la ola de calor afectó a las granjas en el medio oeste de EE. UU., ciclones severos destruyeron la producción de maíz en África subsahariana, la India luchó contra la sequía constante y los agricultores en las orillas del río Mekong de Asia observaron impotentes cómo las crecidas del agua se llevaban su ganado.

La urbanización solo dificulta aún más la situación, reduciendo la cantidad de tierra agrícolas disponibles y subiendo la densidad entre las personas. Las Naciones Unidas afirman que para 2050, el 68 % del mundo vivirá en áreas urbanas densamente pobladas, frente al 55 % actual. Eso los hará más dependientes de las importaciones y más vulnerables a incluso pequeñas perturbaciones en el mercado o interrupciones en el suministro.

La pandemia ya ha proporcionado una primera y amarga imagen de lo que podría significar. En los barrios marginales de las ciudades de Kenia, la gente literalmente se peleaba por la comida mientras el coronavirus se propagaba y las rutas regulares de suministro su capital, Nairobi, se cortaban, explica la profesora asistente de entomología en la Universidad de Illinois (EE. UU.) Esther Ngumbi. La investigadora también es fundadora de la start-up agrícola Oyeska Greens en Kenia, que tiene como objetivo empoderar a las granjas locales. Es “extremadamente urgente” encontrar alternativas para acercar la producción a la demanda, afirma.

El profesor emérito de microbiología y salud pública de la Universidad de Columbia (EE. UU.), y uno de los padres fundadores de la agricultura vertical Dickson Despommier, sostiene que, de todas las opciones disponibles, las granjas urbanas de alto rendimiento son nuestra mejor apuesta. Y añade: “Cuando el clima cambie tanto que impida la agricultura como la conocemos, tendremos que buscar otras estrategias agrícolas para obtener nuestros alimentos. La agricultura de interior es una excelente opción, y el cultivo vertical es el método más eficiente para producir muchos alimentos en un pequeño espacio arquitectónico”.

A diferencia de las start-ups que cultivan camarones a partir de células madre u obtienen proteínas de las moscas soldado negras, ya hay granjas de interior funcionando en casi todas partes. En EE. UU. y Europa, un número creciente de operadores agrícolas de alta tecnología se postulan como una alternativa ecológica a las granjas convencionales, vendiendo bolsas de microvegetales o de col rizada a consumidores ricos por hasta un 200 % más que las verduras estándar. El precio superior se justifica con la promesa de productos sin pesticidas y llenos de nutrientes.

Por otro lado, en los países en desarrollo, los sistemas se han modificado para adaptarse a los suministros de electricidad poco fiables y a presupuestos pequeños. Según la Iniciativa Sueca de la Red Internacional de Agricultura, alrededor del 35 % de los alimentos en Kampala (Uganda) ya proviene de pequeñas granjas urbanas, incluidas las instalaciones verticales donde las verduras se colocan en bolsas de bajo coste que protegen las plantas de los dañinos rayos UV. Los defensores aseguran que así aumentan la producción hasta seis veces por metro cuadrado en comparación con la agricultura convencional.

Pero, ninguna región ha aprovechado esta tecnología y la ha utilizado tanto como Asia.

Desde Shanghái (China) hasta Seúl (Corea del Sur), desde Tokio (Japón) hasta Singapur, las bochornosas metrópolis de Asia, que crecen rápidamente, figuran entre las primeras del mundo en adoptar las granjas de interior a gran escala. En 2010, Japón tenía más fábricas de cultivo de interior que EE. UU. en 2016, y actualmente en Asia hay alrededor de 450 granjas comerciales de interior en funcionamiento.

Existen buenas razones para ello, afirma el economista danés y profesor emérito de la Universidad de Cornell (EE. UU.) Per Pinstrup-Andersen. Al igual que en África, muchos países de Asia necesitan alimentar a una creciente clase media urbana. Pero, a diferencia de los africanos, muchos países asiáticos también tienen el dinero para invertir en la tecnología, y en ningún otro lugar más que en Singapur.

Al completo

El coordinador de la expansión en ComCrop, uno de los operadores agrícolas urbanos más conocidos de Singapur, Darren Tan, ha tenido un asiento de primera fila para observar cómo las granjas de alta tecnología se han convertido en una pieza central del plan para aumentar la producción de alimentos en Singapur. ComCrop se trasladó en 2018 a un nuevo invernadero de 740 metros cuadrados. En esa nave industrial acristalada en la azotea de un antiguo garaje de estacionamiento, los constantes rayos de Sol de Singapur atraviesan las ventanas hacia un mar de verduras de hoja verde, lechuga y albahaca.

Aunque ComCrop no “crece hacia arriba”, ha pasado los últimos 10 años perfeccionando muchas de las mismas técnicas en las que se basan las granjas verticales tradicionales. Tan, alto y delgado, habla extensamente sobre el uso de la hidroponía: la sustitución del suelo agrícola por una solución a base acuosa en la que los sensores comprueban la conductividad eléctrica y miden minuciosamente las proporciones entre los nutrientes específicos.

Incluso un sistema hidropónico simple puede duplicar el rendimiento de la agricultura convencional, afirma, “y si tuviéramos que optimizar completamente todo y escalar, usando cada pedazo de tierra, entonces podríamos multiplicarlo aún más”. Esta alta productividad en un espacio tan pequeño es lo que hace que las granjas urbanas sean tan atractivas. “La única limitación es la disponibilidad de la luz”, explica.

La situación es diferente para las granjas verticales, que usan lámparas LED porque cada fila de plantas bloquea la luz solar a la de abajo. Pero el cultivo en espacios interiores convierte esto en una ventaja: protegido de los elementos meteorológicos, está diseñado para acelerar la fotosíntesis con la continua luz artificial.

De hecho, el profesor de la Universidad Tecnológica Nanyang (Singapur) Paul Teng, estima que, por sí solas, las fábricas de cultivo interior (del tipo que está construyendo VertiVegies) en 10 años podrían llevar al país de generar localmente el 13 % de sus vegetales de hoja verde al 30 %, con un aumento de 18.700 toneladas métricas adicionales al año.

El objetivo de todo esto no es que Singapur pierda su espíritu hacia la agricultura exterior, pero, Tan resalta: “Es importante que, además de poder importar alimentos del extranjero, exista al menos algún amortiguador local al que podamos recurrir en una crisis, o en el raro caso de que ocurran interrupciones en la cadena de suministro”.

Aunque VertiVegies se encuentra entre los que hacen realidad la agricultura vertical, hay muchos escépticos. La mayoría de ellos se centran en sus astronómicos costes.

Las granjas urbanas necesitan menos terreno que las que están al aire libre, pero su tierra es mucho más cara. Un estudio realizado en Australia en 2017 estimó que un metro cuadrado de suelo cultivable en el centro de Melbourne costaría 2.927 euros, en comparación con 0,34 euros que costaría en las áreas rurales. La diferencia de precio puede significar que, incluso en su forma más reducida, la agricultura vertical no ahorra mucho en uno de los principales gastos de capital de la agricultura.

Otro problema vigente es el coste de la fotosíntesis. Mientras las granjas tradicionales se benefician de la energía gratuita en forma de la luz solar, uno de los mayores gastos de las granjas interiores es el flujo de luz artificial 24/7. La nueva granja de VertiVegies necesitará 720 tubos de luz LED por cada 100 metros cuadrados de espacio de cultivo, por ejemplo. La energía requerida podría ser prohibitiva: un conocido análisis en 2014 calculó que una barra de pan producida con las técnicas estándar del cultivo interior costaría cerca de 20 euros.

Pero, aunque se cita a menudo, ese análisis también está anticuado. En los seis años transcurridos después de esos cálculos, no solo ha caído el precio medio de una bombilla LED de 60 vatios (es aproximadamente un 80 % más barata que hace 10 años), sino que la eficiencia energética de los LED ha mejorado drásticamente. Entre 2005 y 2017, la eficiencia aumentó de 25 lúmenes por vatio a 160. Una farola LED en la actualidad dura alrededor de 60.000 horas.

Uno de los mayores gastos de las granjas de interior es el flujo de la luz artificial 24/7. Pero, el precio y la eficiencia de las bombillas LED han mejorado drásticamente en los últimos años.

Esto no quiere decir que las granjas verticales de interior no tengan altos costes de puesta en marcha y funcionamiento. “Si nos fijamos en el gasto de capital que implica la creación de una granja vertical de interior, es muy alto. Y para recuperar los costes de inversión y los directos de funcionamiento, los operadores deben cobrar entre un 10 % y un 15 % más que, por ejemplo, las verduras que provienen de Malasia y China”, admite Teng. Muchos cobran incluso bastante más.

Shahra siente esa tensión. Mientras su pequeño equipo y él esperan su nueva granja, producen hasta 250 kilogramos de vegetales por semana en un sitio piloto de 140 metros cuadrados en la ciudad. Shahra pasa sus días reuniéndose con minoristas y restaurantes locales para convencerlos de que vale la pena gastar más en las verduras del cultivo interior. Es el primero en admitir que se trata de algo caro y experimental.

Y añade: “Al fin y al cabo, la agricultura sigue siendo agricultura. Puede hacerse en una habitación con aire acondicionado, pero es algo repetitivo; es un trabajo duro; es iterativo. Podemos ponerle todas las opciones y elementos extra, pero al final seguimos cultivando una planta”.

Bajar el precio requiere escalar. Lograr la escala requiere un atractivo general. Esa es la situación del huevo y la gallina que ha dejado a las granjas de interior en un aprieto en todo el mundo hasta ahora, señala Teng. Pero, en 2020 hemos llegado a un punto crítico, cree Pinstrup-Andersen.

El experto recuerda: “Hace diez años, la agricultura de interior era una utopía. Pero, ahora, gracias a la eficiencia de la iluminación LED y las mejores prácticas de gestión, está muy cerca de volverse económicamente competitiva con los invernaderos y con la producción de hortalizas en campo abierto… Solo necesita un empujoncito”.

La crisis de la COVID-19

Dicho empujoncito llegó en abril, gracias a la pandemia de coronavirus. Justo cuando Shahra se preparaba para construir la granja (Sekaran dejó la empresa a principios de este año), las autoridades de Singapur descubrieron un brote de COVID-19 en uno de los apretados albergues de trabajadores en el país.

Lo que ocurrió después se parecía bastante a lo que sucedió en el resto del mundo: los confinamientos obligatorios provocaron largas colas en los supermercados, el acopio por miedo y una mayor escasez de alimentos. Algunas noticias informaron de que, en las granjas convencionales, aparecían personas que arrancaban los productos del suelo. Casi de la noche a la mañana, el precario suministro de alimentos de Singapur se convirtió en una de las consecuencias más visibles de una crisis que de otro modo sería invisible.

Shahra había empezado a recibir toda la atención, y recuerda: “De repente, la seguridad alimentaria se ha convertido en algo muy personal para todos. El año pasado, si salía y hablaba de ello, [la reacción] era completamente diferente. Ahora es real; ya está aquí”.

Teng está de acuerdo: “La COVID-19 ha contribuido mucho más a crear conciencia sobre la seguridad alimentaria que todos los artículos que mis colegas y yo hemos escrito en los últimos años. Ha creado mucha conciencia entre los singapurenses de que somos uno de los países más vulnerables del mundo”.

También provocó una gran acción por parte de las autoridades. Solo dos días después del inicio del confinamiento parcial, el Gobierno se comprometió a otorgar una subvención de casi 19 millones de euros a proyectos para aumentar el suministro local de huevos, verduras y pescado. Esto ha ayudado a financiar la nueva instalación de VertiVegies.

Shahra concluye: “Actualmente se habla de esto todos los días. En un abrir y cerrar de ojos, apareció toda esta innovación, desde 2017, cuando lo vi por primera vez y no podía imaginar cómo era posible, hasta ahora, cuando hay este gran movimiento positivo. Y, cuando tanta gente trabaja con vistas a una agenda común, suele ocurrir algo bueno”.

Fuente: technologyreview.es

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